No quisiera convertir este blog en uno dedicado a la defensa de nuestra especie, los orangutanes, ya que fue pensado, por el Dr. Folkenstein, para tratar cuestiones de Desarrollo Personal. Evidentemente el querido Dr. me encomendó la responsabilidad de alimentarlo porque sabía de mi savoir faire para estas cuestiones. Por otro lado no le faltó un poco de picardía a mi mentor, ya que sabía que tales cuestiones son, desde hace milenios, objeto de interés por parte del sexo femenino entre los humanos; y los orangutanes somos conocidos por nuestros buenos modales y delicadas cortesías; algo que las mujeres siempre aprecian. En fin, que no quiero defender a mi especie porque se defiende sola tanto del ataque de otras bestias peludas cuanto de los bípedos implumes que responden a la clasificación de homo sapiens.
Todo este prólogo viene a colación del artículo que recostado en mi rama preferida leía en la Gaceta de la Jungla. Me refiero a
http://noticiasdelaciencia.com/not/20878/un-orangutan-demuestra-poseer-una-habilidad-intelectual-que-se-creia-exclusiva-de-humanos/
y que confirma lo que ya sabía no obstante me gustaría agregar una coletilla de cosecha propia: la única habilidad intelectual que creo puede adjudicarse en un 90 % de su potencia a los humanos es la capacidad de inventarse mundos imaginarios.
Sí. Todos los seres vivientes tenemos en mayor o menor medida conciencia, voluntad y temor a la muerte; todos nos damos cuenta dónde está el bien y el mal y cualquier bicho puede reconocer a sus amigos entre un montón de organismos parecidos... pero la capacidad de creer que existen mundos más allá del que todos compartimos es una cualidad muy humana, demasiado humana me atrevería a decirlo.
Y esto tiene algunas ventajas y obvias desventajas. Entre las últimas se cuenta que los humanos cuando inventan un mundo por habitar suelen incluir pocas bestias, aparte de sí mismos, lo cual no augura ningún buen destino para las que comparten, con ellos, el mundo real. Otra desventaja siniestra es que tales mundos inventados suelen ser planos, sin profundidad ni suficiente riqueza orgánica, y por lo tanto caemos, nuevamente, en que los demás bichos tenemos poco que decir y sobre todo nada bueno que esperar.
En fin, cosas como estas hablaba el fin de semana pasada con Madame Colonie Des Fourmis que me contaba las penurias de su modesta comunidad para sobrevivir, luego de su desgracia originada en la nueva construcción de una casa humana demasiado cerca de su territorio. Yo le decía que se lo tomara con calma, que no hay mal que dure cien años y que si lograba situarse estratégicamente en el subsuelo hasta podría encontrar nuevas fuentes de alimentación por ahora desconocidas. Ella meneaba la cabeza con amargura; sí, es difícil, le decía, ver el sol en plena noche... pero no desesperes amiga mía, los humanos, al paso que van, no durarán demasiado. Tienen un petardo en el culo y ya se sabe que demasiado impulso puede hacer más dura la caída. Nos cogió la risa floja porque la imagen nos pareció muy cómica y además muy probable.