
Lo que me hace ser escéptico, a pesar de ser un “especialista” o quizá por eso mismo, sobre los cambios de conducta propulsados desde adentro del sujeto, es, justamente, que para cambiar algo tiene que saberse que existe, y si uno tiene la opinión de sí de mi primo ¿cómo demonios puede cambiarse a si mismo?
Evidentemente, lo que es un decir porque no resulta nada “evidente”, que antes de querer modificarse hay que intentar conocerse. Y para ello propongo un ejercicio tan sencillo como imposible; pero por mí que no quede… oculto.
Se trata de provocar una crítica hacia uno mismo y luego escucharla con semblante relajado y con oídos atentos. También se puede aprovechar cualquier comentario crítico casual (que no suelen faltar en la vida) para escucharlos de la misma manera y si tenemos arrestos, entonces incentivarlos un poco con palabras adecuadas: “¿te parece?”, “¿estás seguro?”, “¡pero! ¿Realmente crees que soy así?”.
¿Cual es la consecuencia de este ejercicio, y de su fracaso casi seguro?
Muy sencilla: si no somos capaces de escuchar una crítica relajadamente ¿cómo demonios vamos a conocernos a nosotros mismos?
Os puedo asegurar que el espejo no habla… quizá por ello es un interlocutor que agrada y todo el mundo se mira siempre en él, aunque muchas veces con disimulo.