martes, 30 de octubre de 2007

Escuchar o ¡consultar al espejo!

Mi primo, que ya lo mencioné aquí, me dice ayer con gran suficiencia “uno es señor de lo que calla y esclavo de lo que habla”, y me quedé algo confundido porque, entre nosotros, lo tengo por un charlatán consumado (¡vamos! ¡un bocazas!). Pero él tiene otra opinión de si mismo. Estoy por asegurar que se siente un animal muy discreto y gentil. Un “gentleman” como suelen decir los humanos (esa clase de animales que se ignoran como tales).

Lo que me hace ser escéptico, a pesar de ser un “especialista” o quizá por eso mismo, sobre los cambios de conducta propulsados desde adentro del sujeto, es, justamente, que para cambiar algo tiene que saberse que existe, y si uno tiene la opinión de sí de mi primo ¿cómo demonios puede cambiarse a si mismo?

Evidentemente, lo que es un decir porque no resulta nada “evidente”, que antes de querer modificarse hay que intentar conocerse. Y para ello propongo un ejercicio tan sencillo como imposible; pero por mí que no quede… oculto.

Se trata de provocar una crítica hacia uno mismo y luego escucharla con semblante relajado y con oídos atentos. También se puede aprovechar cualquier comentario crítico casual (que no suelen faltar en la vida) para escucharlos de la misma manera y si tenemos arrestos, entonces incentivarlos un poco con palabras adecuadas: “¿te parece?”, “¿estás seguro?”, “¡pero! ¿Realmente crees que soy así?”.

¿Cual es la consecuencia de este ejercicio, y de su fracaso casi seguro?

Muy sencilla: si no somos capaces de escuchar una crítica relajadamente ¿cómo demonios vamos a conocernos a nosotros mismos?

Os puedo asegurar que el espejo no habla… quizá por ello es un interlocutor que agrada y todo el mundo se mira siempre en él, aunque muchas veces con disimulo.

lunes, 29 de octubre de 2007

Cuando uno está desanimado

El otro día, paseando (de arbol en arbol) me encontré con mi primo que se asombró de lo delgado que estaba. Le dije que no "andaba bien", pero sobre todo "de aquí" y con mi peludo índice señale el lugar donde es probable que se encuentre la sede de nuestros pensamientos. Me refiero al estómago.
Mi primo, que es muy listo (catedrático de la Universidad de Borneo, creo recordar) me comentó que en esta época todo el mundo andaba así en la selva. Se comenta que hay nuevos bichos, venidos de lejanas tierras, y que tienen hábitos depredadores que desconocemos.
Yo apenas le presté atención. Cuando uno está así se interesa poco por lo que sucede fuera... y eso me llevó a pensar que quizá lo que debería hacer sería justamente lo contrario "interesarme por lo que está fuera". Lo contrario puede producir efectos, me dije.
"Pero es tan difícil" me musito mi pulga compañera en el oído, y yo siempre le presto atención porque sus pensamientos son muy sensatos; algo incomprensible en un animal tan chiquito.
"Tienes razón -le dije- es muy difícil", pero en un lugar pequeño que además está lleno, si algo entra... algo sale, y quizá, medité, si me ocupo de los nuevos bichos, me olvidaré de lo que hay en mi pequeño vientre. Es algo que probaré... y lo escribo aquí para no olvidarlo.